Vivimos en un mundo de locos, donde inmediatez, velocidad y exigencia van cogidas de la mano y no solamente eso, sino que además, tienden percibirse como algo positivo. Los medios de comunicación cada vez son más y más veloces y por tanto, nos demandan ser más y más eficientes y rápidos.
A día de hoy, entrar en proyectos que son “para ayer” ha pasado a ser algo, sino normal, frecuente, pues lo extraño, ha pasado a ser disponer de timings coherentes con el volumen de trabajo.
Al final, con tantas prisas por todo, pretendemos que nuestras emociones fluyan con la misma velocidad que la información, buscamos sentir sin sentir, buscamos resultados sin proceso, que es lo mismo, que pretender nadar sin uno mojarse.
Y está claro, que todo esto no va de gratis, sino que por ello pagamos el elevado precio de la ansiedad. Y es que en España, se consumen cada vez más ansiolíticos para intentar controlarla. El motivo es evidente, pues es el sumatorio de una sociedad cargada de estrés, de la crisis y del consecuente aumento de la tasa de desempleo.
De hecho, según la sociedad española para el estudio de la ansiedad y el estrés, 1 de cada 5 pacientes de Atención Primaria, sufre de un trastorno ansioso.
A todo ello, no deja de sorprenderme el incremento de casos con los que me encuentro de personas “adictas” a esta sensación de presión constante, personas que vinculan esta sensación de estrés a productividad, utilidad, valor y eficiencia. Y que sin darse cuenta, están vinculando la calma a la ineficiencia. Personas, que cuando están en paro, inconscientemente buscan esta sensación de velocidad y de no parar de hacer cosas para sentirse útiles y válidas.
Pero, ¿Y donde queda la paciencia? A veces pienso que hay una confusión con el término pues ser pacientes no significa tolerar el abuso o el sobre esfuerzo prolongado o el sufrimiento ni el daño. Es importante ser pacientes hasta que veamos que la situación nos daña emocionalmente. El problema es que el aparente incremento de la tolerancia al estrés y el miedo a perder el trabajo, ha desdibujado estos límites y alejado al individuo de la asertividad y del hecho de poner límites.
Según la RAE paciencia es la capacidad de soportar algo sin alterarnos, de poder hacer cosas pesadas y minuciosas, de saber esperar cuando algo se desea mucho y también, la capacidad de tolerar situaciones desfavorables.
Sin embargo, a mi la definición que más me gusta es la del budismo tibetano, que dice que paciencia es la fuerza interior de no dejarse llevar por la negatividad.
Y es que ser pacientes, nos ayuda a tener relaciones más saludables, aceptar mejor a los demás tal y como son y a comprender que hay cosas que no dependen de uno.
Y ¿Cómo mejorar mi paciencia? os estaréis preguntando.
Algunos ejercicios que suelo recomendar durante el transcurso de mis procesos, son los siguientes:
- Visualizar el resultado futuro que tendremos como consecuencia de nuestra paciencia.
- Tener presente que vale la pena tener paciencia para obtener estos objetivos (objetivos alineados con nuestros valores)
- Ser conscientes de las necesidades externas, saber empatizar.
- Subdividir nuestro objetivo en pequeños metaobjetivos que nos permitan tener la sensación de avance.
- Mejorar la organización y planificación semanal, teniendo en cuenta que es importante preservar espacios para unos mismo.
- Recuerda que estar siempre en el “hacer” y no en “ser” acaba resultando mal, busca ejercicios o actividades que te permitan ganar presencia y estar presente y conectado contigo mismo como por ejemplo la relajación o bien la meditación.
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Y tu, ¿Quieres mejorar tu paciencia i disminuir tu ansiedad?
Para más información, puedes escribirme a nuria@propulsat.com.