Dentro de los procesos que llevo a cabo, me encuentro a menudo, perfiles directivos, exigentes, que muestran una elevada dificultad a la hora de gestionar su tiempo, a la hora de saber parar, encontrar espacios personales y conectar con sus necesidades personales e internas.

Sé que la expresión “adicto” igual suena exagerada, pero nada de eso, ser adicto al estrés resulta igual o más dañino que cualquier otra adicción.

Detrás de la máscara del éxito profesional, suelen existir adictos a las hormonas del estrés  (pues en cierta manera su búsqueda insaciable del reto puede ayudarles a cosechar éxitos y recibir reconocimiento) aunque también los hay que mantienen su adicción saliendo de una crisis emocional y entrando en otra (sin saber vivir sin conflictos) Lo que uniría a ambos perfiles, es su necesidad por forzar el cuerpo a la producción de adrenalina.

A grandes rasgos, la adrenalina “es una hormona del estrés que produce una excitación tan poderosa como cualquier droga. ¿Quien no ha oído la historia de una madre que fue capaz de levantar un coche para rescatar a su retoño? Cuando la adrenalina corre por nuestro cuerpo, rebosamos de energía, no necesitamos sueño y sentimos una gran excitación.

En este sentido, más que de adictos al estrés podríamos hablar de adictos a la producción de adrenalina. El problema de todo ello, es que la incesante búsqueda por provocar adrenalina en nuestro cuerpo, nos va desgastando poco a poco generando efectos muy dañinos asociados a la depresión, fobias, obsesiones, ansiedad, pánico, problemas cardiovasculares, gastrointestinales, dolores de cabeza, enfermedades de la piel, inflamaciones, resfriados, asma, fatiga, enfermedades autoinmunes, alergias, por mencionar algunos padecimientos…

Cuando nuestro el cuerpo libera adrenalina, el sistema secreta una hormona llamada cortisol y los niveles elevados de cortisol, generan un aumento del azúcar en la sangre e insulina, de los triglicéridos y hasta de los niveles de colesterol. El elevado nivel de cortisol, puede llegar a provocar, que nuestro peso aumente y que los huesos pierdan calcio, magnesio y potasio. Por tanto, vivir en constante estrés, no solo nos desgasta mentalmente sino también físicamente.

Desde mi punto de vista, el peligro está en aquellos que confunden la adicción al estrés con ser ambiciosos, con ser profesionales, comprometidos y/ o competitivos. Lo que hace complicado, detectar cuando alguien es realmente adicto al estrés. Por otro lado está el sistema, un sistema que  valora y alimenta este tipo de perfiles.

Es por ello, que la adicción al estrés suele estar relacionada con el trabajo y afectar principalmente a personas que necesitan una actividad constante (mal nombradas “hiperactivas”), excesivamente perfeccionistas, competitivas e incluso ansiosas u obsesivas.

Los adictos al estrés necesitan  estar ocupados y en movimiento para sentirse bien, la tensión les hace sentir vivos, nunca están conformes con lo que tienen ni con lo que obtienen, les gustaría tener más tiempo solo para ocuparlo, aunque no estén disfrutando plenamente con lo que hacen.

Los primeros síntomas de estrés, suelen ser silenciosos pero tarde o temprano empiezan a aparecer. Algunas de las principales señales de la adicción al estrés son las siguientes: cansancio en general, rechazo para realizar alguna actividad que les ayude a relajarse, inmediatez para hacer las cosas, dificultades de concentración, deseo de mantener la rutina …

Los  adictos al estrés no prestan mucha atención a sus necesidades emocionales y afectivas. Se trata de una forma de huir de su realidad y crear una artificial, en la que no tengan que pensar en cosas que puedan afectarles psicológicamente.

Y tu, ¿Sabes parar cuando es necesario y poner prioridades en tu vida?

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